Ante los acontecimientos que nos suceden, nuestra mente corre rápida a valorar si es «bueno» o «malo«.
Pero en ocasiones, el tiempo nos trae otra versión, y aquello que vivimos como algo trágico, supone posteriormente una gran oportunidad, quizás para aprender algo nuevo, o plantearnos cambiar una situación que nos ahogaba. Al igual, algo que nos aparece en la vida como una maravilla termina convirtiéndose en una complicación y nos trae nuevas dificultades. Nuestra capacidad para ver la realidad en toda su amplitud, es limitada.
¿Buena suerte?, ¿Mala suerte?, ¡quién sabe!.
El cuento que en esta ocasión os traemos y que hemos leído en varias fuentes, nos invita a reflexionar sobre esto y abrirnos a una realidad sin etiquetas.
Dice así…..
«Un día, al hijo de un granjero anciano se le escapó el único caballo que tenían. Cuando los vecinos se enteraron, acudieron a su casa para solidarizarse y le dijeron: «Oye, qué desgracia, qué mala suerte», a lo que el anciano contestó sin inmutarse: «¿buena suerte?, ¿mala suerte?, ¡quién sabe!».
Al día siguiente, el caballo volvió al establo y trajo consigo siete caballos salvajes que le siguieron desde la montaña. Esto convertía ahora al anciano en el hombre más rico del pueblo. Todos los vecinos lo visitaron y le dijeron: «Oye, ¡qué buena suerte!». A lo que el anciano respondió: «¿buena suerte?, ¿mala suerte?, ¡quién sabe!»..
Al día siguiente, el hijo del anciano, que era el que le ayudaba con todas sus actividades, se cayó y se rompió una pierna mientras intentaba domar a uno de estos caballos salvajes. Esta situación podía ser un obstáculo, pues se acercaba el invierno y sin el hijo, el anciano tendría grandes problemas.
Los vecinos fueron a ver al anciano de nuevo y le dijeron: «Qué desgracia, qué mala suerte. Ahora tienes los caballos pero no tienes la ayuda de tu hijo. Es algo terrible«. Y el granjero anciano les dijo: «¿buena suerte?, ¿mala suerte?, ¡quién sabe!»..
Al día siguiente, llegó el ejército al pueblo para reclutar a todos los jóvenes para una guerra prácticamente suicida, pero al hijo del anciano no lo reclutaron porque tenía una pierna rota, así que se quedó a salvo en casa. Todos los vecinos volvieron a ver al anciano y le dijeron: «Oye, ¡qué bien, qué buena suerte! A mi hijo lo han reclutado y al tuyo no.» Y el anciano les contestó de nuevo: «¿buena suerte?, ¿mala suerte?, ¡quién sabe!»..